La luminosidad del Mercado de Santo Domingo no deja indiferente a nadie, desde una enorme claraboya los rayos de sol iluminan todo el patio del primer piso. Incluso hay toldos para los días que más aprieta el sol.
Quizás sea esa luz natural lo que hace tan especial a este mercado.. Las verduras se ven frescas y la carne jugosa. Además los tenderos muestran esa simpatía de antaño cuando no existían las grandes superficies.
Los vendedores saben que el trato humano es su mejor herramienta de marketing, por tanto se muestran amables e interesados con sus clientes. La timidez se disipa poco a poco, no es difícil hacerles fotos, lo complicado es elegir entre tantos colores y formas.
Durante mi paseo por el mercado he podido observar multitud de sonrisas entre las diferentes personas que recorrían la gran variedad de puestos. La gente no camina con prisa y, como mucho,una persona habla por el móvil.
Los niños correteando entre los carritos de las señoras mayores, los jóvenes perdidos entre tanta variedad de productos, las abuelas discutiendo sobre sus dolencias. Una estampa familiar y acogedora.
En el Mercado de Santo Domingo todos son viejos conocidos, los tenderos y los consumidores. Siempre circulan bromas y chascarrillos entre un puesto y otro.
Es un lugar ideal para poder sentirte en casa y olvidar la frialdad de la vida moderna. Es sorprendente todo lo que esconde un mercado. Es un lugar donde puedes permanecer ocioso o intentar vislumbrar historias, historias de las personas que pasan un día y seguramente vuelvan, no se sabe cuándo, pero seguro que vuelven.